jueves, 28 de febrero de 2013

La duda

Hanz, boliviano de nacimiento, vivió toda su vida en la ciudad de La Paz.
Durante 20 años evitó dar limosnas a las cholas viejas del pasaje Jaén; hasta que una tarde, una de ellas lo buscó de frente, llorosa su mirada.
Desesperada, la cholita balbuceaba un torrente del que Hanz sólo entendió la palabra Sorata.
Comprendió, con la natural camaradería que une a los que nacen con hambre, que la señora quería llegar a Sorata, donde un familiar (tal vez su hijo, o su nieto) agonizaba. Su rostro ajado y oscuro, con la piel apiñada en torno a los agujeros, estaba bañadito en lágrimas. Aferraba la mano de Hanz con la fuerza inusitada que la desesperación regala a veces a los cuerpos viejos. Hanz dudó. Había algo en la mirada de la señora que penetraba en un lugar profundo de su alma, que descubría una grieta y horadaba una risa. Un bosque oscuro de niebla llenó sus ojos. Comprendió en un instante la centuria de pena que aquella anciana cargaba a cuestas, apenas una vida doliente en un ciclo de miles, de cientos de años, de amor, tristeza, hijos, hambre, girando en la galaxia. Una sola partícula de negro teñida contra el infinito.
Entonces Hanz tomó aire, soltó su mano y, de pie contra su corazón, siguió caminando.

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